Hace
años, cuando los pájaros aprendieron a volar e iban a enseñarles a
construir su vivienda, la vizcacha ofrecía una fiesta, y cuando se dirigía
a hacer las invitaciones se encontró con el pirincho:
-¿Para
dónde va tan apurada, mi buena señora Vizcacha? –pregunto el Pirincho.
-Voy
a encontrarme con unas compañeras para ultimar los preparativos para la
gran fiesta.
-¿Qué
fiesta?
-Pero,
¡cómo! ¿Usted no lo sabe? ¿No lo han invitado? Mañana a la noche
damos una fiesta que hará época.
-Pero,
¿cómo se les ocurre hacer una fiesta de noche? Sólo los murciélagos y
ustedes irán a ella.
-¿Pero
usted no sabe que las grandes fiestas se hacen de noche?
-Sin
sol, para mí no hay fiesta.
-Pues
queda usted invitado, y trate de no faltar.
Cuando
se alejaba la Vizcacha, apareció el tordo y preguntó de que se trataba:
-¿Quién
habló de baile con gran comilona? ¿Quién dijo que daban un premio al
mejor bailarín? Que sea de día, de tarde o de noche, pero que sea buena.
Usted
amigo Pirincho, no sabe de fiesta y de noche, si a esta hora anda
tiritando. Me gusta la idea, y tenga la seguridad de que no faltaré.
La
Vizcacha invitó a otros pájaros, pero casi todos se disculparon diciendo
que no podrían asistir porque les estaban enseñando a hacer el nido.
La
noche del baile se presentaron la pareja de tordos, y fueron los primeros.
Luego llegaron los grillos y las ranas, y en seguida comenzó la música.
Los
tordos bailaron toda la noche hasta que cansaron a los músicos. A la mañana
temprano les entregaron el premio por ser los mejores bailarines.
Los
otros pájaros que no asistieron habían hecho acopio de paja, de barro,
de plumas, de palitos, con lo que construyeron sus casas, mientras los
tordos bailaban.
Por
eso dicen que los tordos duermen en cualquier parte, donde los pilla la
noche.
Javier
Villafañe. Historia de Pájaros. Buenos Aires, 1957
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