Se cuenta que cuando
Dios creó la tierra, primero la pobló de plantas y animales, luego de
montañas, lagos, mares y desiertos.
Hizo la luz con un
farol gigante –el Sol- y también la oscuridad para que el Sol descanse.
Conforme iba entrando
en mayores detalles de su obra necesitó de
ayudantes, para lo cual eligió una parejita de aves muy inquietas
y buenas voladoras.
En un momento del
trabajo, éstas le expresaron su dificultad para poder manejarse durante
la noche. Además opinaron que ese aspecto de la Creación carecía de la
belleza propia de cada una de las cosas ya hechas.
A Dios le pareció una
excelente observación. Acto seguido y a la tardecita, colocó la Luna en
el cielo. A continuación le ordenó a sus ayudantes que le agregaran algo
más para que la Luna no estuviera sola.
Inmediatamente ellas
con pintura brillante y pincel fueron llenando de lucecitas todo el
espacio. Pero destacaron aún más una a la que los hombres llamarían
después Estrella Polar.
Contentas con su
tarea, decidieron hacer una travesura: un dibujito de lucecitas para lo
cual debieron volar muy lejos. A ese dibujo los mismos hombres llamarían
luego la Cruz del Sur.
De regreso, les
preguntaron a Dios si había algo más que hacer a lo que les respondió
que lo que faltaba era poco y podía hacerlo solo.
Les agradeció la
labor hecha y les mostró su satisfacción por la importante ayuda.
Se dice que las aves
quedaron tan orgullosas por la tarea que Dios les encomendó, que a partir
de ese momento ni bien sus hijitos aprenden a volar, los llevan a conocer
su obra volando desde el norte al sur de la tierra volviendo nuevamente a
su casa: el reino de la Estrella Polar.
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