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         Inmóvil
        y atenta, encaramada en un poste, fijos los grandes ojo s, así se ve en
        el campo a la lechuza de las vizcacheras. 
        Su
        denominación como especie “cunicularia”, significa en latín “que
        cava minas o túneles”. Porque es de esta manera como construye su
        nido: en cuevas subterráneas. 
        Lo
        hace en lugares abiertos, pero eligiendo la protección de algún árbol
        o arbusto. Elegirá para ello un terreno con pendiente para evitar que
        el agua de lluvia lo inunde. 
         De
        todas maneras si la suerte acompaña, utilizará alguna cueva abandonada
        hecha por otro animal que le ahorró el trabajo. 
        La
        lechuza no huye del hombre sino que, por el contrario, se adapta con
        facilidad a su presencia. 
        Comúnmente
        construye sus cuevas en los costados de los campos de cultivo o al borde
        de los caminos; cuando el arado bloquea su entrada, construye otra cueva
        en los linderos del campo. 
        Muchas
        veces el hombre suele atacar a las lechuzas especialmente por la
        irracionalidad que le ocasionan las supersticiones. 
        Esas
        matanzas se vuelven en su contra pues se altera riesgosamente el
        equilibrio ambiental ya que estas aves consumen insectos y otros
        animales perjudiciales para los cultivos y en especial porque en su
        dieta incluyen a los   roedores relacionados con la fiebre hemorrágica o
        mal de los rastrojos, que es una enfermedad endémica en nuestro país. 
        Además
        su dieta está compuesta por pájaros, escorpiones, anfibios, cangrejos
        lagartijas, y culebras. 
        Sus
        depredadores naturales son el hurón, la comadreja, los felinos y los
        zorros;  además del hombre... 
        Seguramente
        vas a tener contacto visual con alguna de ellas. Y si contás con
        binoculares, vas a poder disfrutar de esa mirada profunda y directa que
        parte de sus grandes ojos. 
        Éstos
        al igual que los nuestros, están colocados en el frente. Por lo tanto
        su visión es binocular y le permite una percepción afinada de las
        distancias. Cuentan con numerosas células fotosensibles y pupilas con
        un gran ángulo de abertura, elementos que le permiten distinguir
        objetos aunque la luz sea muy tenue. 
         Su
        complemento es el perfeccionado sentido auditivo. 
        Pueden
        percibir sonidos de muy baja intensidad que les permiten detectar la
        presencia de sus pequeñas presas. La densa capa de plumas que cubre su
        rostro chato, opera como una especie de pantalla receptora que ayuda a
        que los sonidos desemboquen en los oídos. 
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