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Todo
en el organismo del ave está adaptado de un modo maravilloso para la
función de volar. La
cabeza con su pico, resulta puntiaguda por delante para penetrar mejor
en el aire. Los
huesos huecos o neumáticos reducen el peso. Las plumas del cuerpo
forman una superficie lisa y unida que no ofrece resistencia al viento. |
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Pero
son las alas -sobre todo- lo que demuestra esta admirable adaptación. Ellas dan al ave los dos elementos para que se sostenga en el aire un cuerpo más pesado que el aire mismo: a) un plano de sustentación y b) una corriente de aire que pase por debajo de este plano. Las
alas son los miembros superiores de las aves que, en el humano,
corresponden a brazos, antebrazos y manos. Los huesos del ala son los
mismos, excepto en las manos, en donde están fundidos entre sí,
persistiendo sólo un índice sumamente alargado y, en forma
rudimentaria, el pulgar y el medio. Las alas, como el resto del cuerpo,
están cubiertas por plumas que, según donde están insertadas, varían
de nombre. |
Comparación de una extremidad superior de un humano (centro) con el ala de un ave (arriba) y la de un murciélago (abajo). |
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Las
alas abiertas constituyen el plano de sustentación. La corriente de
aire, se la proporcionan las aves -en su mayor parte- moviendo las
mismas alas. Pero hay muchas especies que aprovechan las corrientes de
aire naturales, y no pueden remontarse en el aire sino cuando sopla algo
de viento. A las aves que emplean el primer procedimiento se les llama remeras,
y a las que emplean el segundo, veleras. No todas las aves vuelan igualmente bien. Hay algunas como el ñandú, que no pueden volar, porque tienen las alas demasiado débiles para esta función. En este caso, en el esqueleto falta la quilla del esternón, que realmente resulta innecesaria. Los pingüinos -que tampoco vuelan- tienen una quilla esternal muy grande; pero es porque utilizan sus alas a manera de aletas para nadar y bucear. |
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