El loro es una figura muy
popular en dichos y refranes. Siempre es centro de atención en las
diferentes situaciones narradas.
Cuando una mujer es fea, se dice
“es un loro barranquero”.
Cuando alguien habla en exceso,
se dice “tiene más pico que un loro barranquero”.
El que tiene las piernas
torcidas “es más chueco que loro a pie”.
Cuando se quiere indicar que no
todo dura para siempre, se dice “grano a grano, el loro deja sólo el
marlo”.
Cuando se alude a
la persona que pone pretextos para no hacer las cosas, se dice “de miedo
a los loros, no se siembra la chacra”.
Los
Onas y el color de los loros
barranqueros.
Los
Onas (aborígenes del sur argentino) explicaban con un mito
la coloración de los loros de Tierra del Fuego.
Según la historia, antiguamente
las hojas de los árboles no caían en otoño sino que permanecían
verdes hasta que las plantas morían.
En ese entonces, un muchacho
inició un largo viaje solitario durante el período de
aprendizaje y
meditación que precedía a la ceremonia de iniciación a la mayoría de
edad.
Al volver, contó que había
llegado muy lejos por el norte, hasta un lugar donde en otoño las hojas
de los árboles se ponían rojizas y luego caían pero en primavera crecían
otra vez, verdes de nuevo.
Nadie le creyó; un árbol
muerto, decían, no vuelve a vivir. Como se burlaron de él tomándolo
por mentiroso, el joven se ofendió y se fue.
En el otoño siguiente regresó
convertido en un loro de pecho rojo y alas verdes y con sus colores
pintó las hojas del bosque, que al tiempo cayeron.
Los hombres se asustaron,
creyendo que todos los árboles habían muerto, pero el muchacho-loro se
rió de ellos y les dijo que al llegar la primavera reverdecerían.
Llamaron al loro
“Kerk-perrk” por su
forma de gritar.
Actualmente los loros, según el mito, se juntan en
bandadas y se burlan con sus chillidos de los hombres, que en su
ignorancia trataron de embustero a su antepasado.
De los loros que no hablan y el
origen de las mujeres.
Dicen que antiguamente los
hombres vivían solos, en grupos masculinos. Nunca habían visto una
mujer.
Descubrieron de repente que por
las noches alguien se dedicaba a saquear sus depósitos de comestibles.
Para poner fin a este latrocinio, pusieron un centinela oculto.
El primero fue el conejo que se
quedó dormido. A la noche siguiente lo reemplazaron por el loro.
Al
cabo de un rato vio el loro desde su puesto de vigilancia, que por una cuerda bajaban desde el cielo las
mujeres; se apoderaban de los víveres almacenados por los hombres y se
ponían a comer con voracidad.
Las instrucciones dadas al loro
eran avisar inmediatamente a los demás cuando descubriera a los
intrusos, pero su espíritu juguetón pudo con él y decidió molestar
un poco a las mujeres arrojándoles unos palitos.
Al principio ellas se acusaron
mutuamente por los proyectiles recibidos, hasta que miraron hacia arriba
y vieron al loro en un árbol.
Dos de ellas se pelearon porque
querían tomar al loro por esposo y en la lucha se tiraron palos, uno de
los cuales dio al centinela en la lengua. Por este motivo, con la lengua
herida, el loro no pudo contar lo que pasaba; señalaba el cielo y emitía
chillidos que nadie entendía.
El mito dice que luego el halcón
descubrió la verdad, que cortó la soga impidiendo que las mujeres
huyeran al cielo y que a partir de su captura los hombres no vivieron más
solos porque cada uno tuvo una esposa.
Pero desde entonces, hay loros
como el barranquero que quedaron mudos.
Sólo pueden pronunciar sonidos
inarticulados y tienen la lengua negra por el golpe.
Fuentes: Fauna Argentina nº 50.
Centro Editor de América Latina.
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