El ave, recordó las veces que había saciado su sed
en este arroyo cristalino cubierto de rocas adornadas con colores rojos.
De inmediato, con su piquito sacó uno a uno los destellantes cristales de
hielo hasta que el primer rayo de sol iluminó por entero a Aljaba; la que
al recibir calor despertó a sus hermanas que pendían de la misma ramita.
Al verlas, el Diuconcito quedó tan maravillado por
el color de Aljaba y de sus hermanas, que éstas en agradecimiento por la
ayuda recibida, quisieron obsequiarle sus destellos rojos; los que
quedaron adornando para siempre sus ojitos.
Se dice que desde entonces el Diucón lleva con nostálgico
cariño el color de la Aljaba en sus ojos, recordando ese hermoso
encuentro.
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