DIUCÓN 

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Una leyenda: el Diucón y la Aljaba

¿Por qué el Diucón tiene los ojos rojos?

Se dice por ahí que un avecita de plumaje gris vivía sola en lo más profundo de los bosques de la cordillera patagónica.

Bebía de las cristalinas aguas de los lagos y de los arroyos cuyas aguas puras traían la vida renovada y fresca desde las altas cumbres nevadas.

Recorría con sus cortitos vuelos los diferentes paisajes que la naturaleza le había regalado: montañas con nieves eternas, árboles milenarios, lagos inmensos, ríos poblados de peces y hermosas flores que en la temporada estival adornaban todo el paraíso cordillerano con una poesía de formas, aromas y colores de indescriptible belleza.

También se dice que era el Diuconcito el que había sido favorecido con vivir en este hermoso paraíso.

Se cuenta que en el invierno, escuchó una voz que lo llamaba desde la orilla de un arroyo, debajo de unos copos de nieve que esperaban el calor de la luz del sol para iniciar su largo camino al mar.

Se acercó sigilosamente con lentos saltitos y vio  una flor roja apenas iluminada por un rayito de sol que se animaba a pasar tímidamente a través del hielo.

Al verlo, la flor expresó su alegría por el encuentro, multiplicando la belleza de sus sépalos carmín encendido, adornados con pequeños brillitos de los cristales de hielo que en parte la cubrían.

Soy Aljaba –le dijo-, mientras escondía su temblor por el frío.

Te he visto pasar por aquí, posándote en las ramitas de mis vecinos matorrales donde el sol calienta tu gris plumaje. Ayúdame. No puedo moverme porque la Madre Naturaleza me bendijo diciéndome que yo era la encargada de darle toda mi belleza a este arroyo, y por eso yo construí fuertes raíces para quedarme aquí para siempre y cumplir con mi importante tarea.

Aljaba (o Chilco)

El ave, recordó las veces que había saciado su sed en este arroyo cristalino cubierto de rocas adornadas con colores rojos. De inmediato, con su piquito sacó uno a uno los destellantes cristales de hielo hasta que el primer rayo de sol iluminó por entero a Aljaba; la que al recibir calor despertó a sus hermanas que pendían de la misma ramita.

Al verlas, el Diuconcito quedó tan maravillado por el color de Aljaba y de sus hermanas, que éstas en agradecimiento por la ayuda recibida, quisieron obsequiarle sus destellos rojos; los que quedaron adornando para siempre sus ojitos.

Se dice que desde entonces el Diucón lleva con nostálgico cariño el color de la Aljaba en sus ojos, recordando ese hermoso encuentro.

  Diucón, página 4

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