De
pico chato y cogote, bastante emplumado y largo
sin
orejas y sin embargo, no lo sorprenden al trote.
De
ojos mansos y grandotes pero de patas peladas,
que
con tres dedos formadas pisa el ñandú y no ignoro,
que
entre su plumaje moro luce blancas y plateadas.
Sólo
el macho tiene plumas, bien renegrido en el pecho;
y
en los bajos y repecho, picando verde se suma.
Es
codiciado por el puma, por el hombre y por el zorro,
por
eso entre los matorros, es muy difícil que duerma.
Sólo
con la carne enferma le pide al monte socorro.
No
es ni manso ni es matrero, más si lo apuran de pronto
mueve
haciéndose el tonto; pero cuidado que es ligero.
En
la lucha es gambetero y aunque el indio lo ha boleado,
a
muchos galgos ha dejado, si defenderse le toca;
con
las plumas en la boca, sediento y acalambrado.
Anda
solo o en cuadrilla depende de la temporada
y
encontrarle la nidada es casi una maravilla.
Los
huevos para las tortillas son lindos y sin recovecos
y
pensando que no peco, que un saber todo repito:
frescos
están amarillitos, si están blancos están cluecos.
Que
lujo cuando del nido el macho como con celo,
posando
el pico en el suelo larga al viento su bramido.
Bramar
que se hace zumbido poblando las extensiones
y
andan las conversaciones, según entre gente criolla:
que
siendo el macho el que empolla, también cría los pichones.
Ñandú
moro que picando, ayer en mi pago hallaba;
cuando
todavía ni pensaba que se irían terminando.
Hoy
que lo andan tiroteando ni bien pueden divisarlo,
pues
debo de confesarlo yo también supe correrlo;
pero
eso sí para comerlo: no matarlo por matarlo.
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